Las horas muertas mueren sin ganas. Se aburren de esperar la
caída del grandioso emperador de nada, el Tiempo. Que se comen las uñas, los
dedos. Cenizas de ayer son mis recuerdos. Otra vuelta al minutero, otra vida
pasada, perdida, llorada. Otra vida sin llamas, sin alas. Otra rima consentida.
Otro verso sin sentido, en un poema... que se apaga.
¡Qué encienda la luz del alba! esta noche no es ni noche. Hay
rasguños de tiempo llorando, desgarrados y violados entre las sábanas, heladas.
Sólo se sienten los leves latidos abochornados del reloj y ya huele a
putrefacto el despertar. Por no decir, que no debo, que huele a muerte de
madrugada. No me despiertes mañana.
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