Reconozco que si no estamos ya volando y seguimos dando
tumbos en el suelo es por mi culpa. Tengo el ala rota. Y tú no me escuchabas
cuando te lo advertía. Solo desplegabas ante mí tu entusiasmo por despegar. Y
tú no me creías, por que, al principio, todos mienten. Yo no. No me gustan las
mentiras, como tu promesa de que todo será sencillo. -Sólo déjate llevar- dices,
pero nunca me das la mano.
Para otra vez, aprenderé a mentir. A ver si así desconfías y
me “echas un ala”, o me prestas tus plumas. O a ver si así desconfío y me doy
cuenta de que, en realidad, no quieres volar conmigo.
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