miércoles, 16 de mayo de 2012

El rezumar óseo de la vida humana

Si el hipocondrio izquierdo no responde, no confieses que son forzados los intentos de la sístole por llegar a ser diástole, no pretendas demostrar que no hay demora en las arterias, no ocultes que no hay suspiros que puedan suplir el líquido de la ausencia.  Conoces los motivos de la psique que llevan a la sinrazón, conoces el camino del impulso de los cables que carecen de mielina, el cruce de cordones en el ojal de las batas de neuronas aturdidas. Se esconden tras el cabello del caballo que cabalga, cuyos trotes puedo oír en el ritmo sinusal que retumba entre costillas. Son horas atragantadas en laringes recurrentes, en el transverso de los colon o en el ciclo circadiano confundido de aquellos que se niegan a cumplir las leyes del hijo de la madre natural.


Ahora se hace visible el color del calor del choque de la materia con la antimateria. Es el rojo oscuro, negro-rojo, rojo sangre, sangre seca que rezuma de la colisión de positrones en el roce de los cuerpos, en el baile de energía en torno al rasgado, tan temido como inesperado, beso último de la vida. 
El beso centinela de la muerte.


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