Un latido tras otro. Un continuo latir. En el infinito. No sabes si lo oyes o lo
sientes retumbar. Un latido acelerado. Demasiado. No sabes si es tuyo o de
quien llama para entrar. Un latido precoz, rítmico, perfecto. Un latido
monótono, rutinario. Y, sin embargo, esperas, casi con delirio, el siguiente
impulso, temiendo que pueda ser el último tamborileo de la vida.
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