Si el hipocondrio izquierdo no responde, no confieses que son
forzados los intentos de la sístole por llegar a ser diástole, no pretendas
demostrar que no hay demora en las arterias, no ocultes que no hay suspiros que
puedan suplir el líquido de la ausencia.
Conoces los motivos de la psique que llevan a la sinrazón, conoces el
camino del impulso de los cables que carecen de mielina, el cruce de cordones
en el ojal de las batas de neuronas aturdidas. Se esconden tras
el cabello del caballo que cabalga, cuyos trotes puedo oír en el ritmo sinusal
que retumba entre costillas. Son horas atragantadas en laringes recurrentes, en
el transverso de los colon o en el ciclo circadiano confundido de aquellos que
se niegan a cumplir las leyes del hijo de la madre natural.
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Ahora se hace visible el color del calor del choque de la
materia con la antimateria. Es el rojo oscuro, negro-rojo, rojo sangre, sangre
seca que rezuma de la colisión de positrones en el roce de los cuerpos, en el
baile de energía en torno al rasgado, tan temido como inesperado, beso último
de la vida.
El beso centinela de la muerte.