Al día siguiente, mientras la profesora explicaba, un murmullo en el
infinito, Axel se levantó lentamente del pupitre. Avanzaba decidido pero con
tranquilidad hacia la ventana. Podía ver las almas de muchos de sus compañeros
divagando por el aula igual que la suya. De repente se encontró de nuevo
sentado. La voz de la profesora diciendo su nombre le devolvió a la realidad. A
pesar de la repetición de la pregunta de Historia que le hacía la señorita, él
no respondió. Estaba enojado por haberle despertado de su pacífico letargo y
por hacer que regresara a esa inútil clase. Se levantó de nuevo sin importarle
nada. Y sin abrir la ventana se marchó volando. Cuando llegó a su parque
preferido descendió. Miró a su alrededor y comenzó a correr. Necesitaba algo
más que estar en ese parque donde jugaban tantos recuerdos. El aire de la fría
mañana de noviembre purificó sus pulmones. Comenzó a correr a través del
tiempo. Cada vez sus pies tocaban el suelo con menor frecuencia. Cada vez
abarcaban más sus pasos. Pronto llegaría al norte de África. Ya había cruzado
el mar. Cuando la maestra lo llamó, esta vez con mayor intensidad de voz, a él
solo le dio tiempo a volver hasta Sevilla.
-¡Axel! ¿Dónde estamos?
-En Al-Ándalus, señorita.
-Muy bien, pensé que te habías vuelto a quedar dormido.
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