Entre el edredón nos enredamos como hilos enmarañados y no había quien se atreviera a resolver aquel embrollo de pies y manos, de corazones tuertos y locuras por hacer. Cosimos esa noche todas las noches rotas. Zurcimos cada párpado que alguna vez las pasó en vela. Y pasaron las horas de puntillas, silenciosas, por no molestar, por no desvelar nuestra pasión. Pero tras ellas llegó el sol, torpe y molesto, que le quitó a la noche todo su misterio. Entró por la ventana abierta que no cerró la cordura pues yacía moribunda debajo del colchón.
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