martes, 18 de septiembre de 2018

Queso y mandarina

Hoy me encontré a la Luna, que era un gajo de mandarina. Dicen que tropezó y, al caer del cielo, ha quedado colgada de una punta en una cuerda de tender. Allí me la encontré dormida, con las ojeras cogidas con pinzas de colores. ¿Dónde estuviste Luna, qué por más que seguí tu destello no te alcancé? Y otras alumbras tanto y no te dejas ver. Ayer te vi y eras de leche merengada aunque queso de la Mancha llorabas querer ser. ¿Dónde están hoy todas aquellas que te acompañaban? ¿dónde las frías madrugadas que deshacías con tu luz? Dime si quieres cenar mañana, que a mí siempre me acompañas, milímetros de frío y blanco fuego bailando al ritmo del viento sobre el mantel. Tú, que de los fantasmas de la noche me haces reír y transformas las sombras a tu antojo. Tú, que me has velado siempre, a mi y a todos. Tú, Luna, que con tu cara oculta descubres nuestra oscuridad. Tú, tan grande y mírate, derretida toda tu cera sobre la manta de trigo y centeno. Todo tu zumo disuelto en este mar de trigo donde el grillo y la chicharra se bañan bajo los aspersores de tu luz gris de Luna de mandarina.