Te olvidé por completo, durante un segundo. Ahora que suena
en la radio esa canción que me dedicaste con timidez, se va despertando tu
recuerdo. Entre dulzura y amargor, siempre más insulso que salado. Y aun así, se
desperezan las ganas de que nos veamos de nuevo y abrazarte. Las oigo bostezar
y pedir que olvidemos en ese acercamiento todo lo ocurrido y empezar de cero
con aquella ilusión de cuando éramos dos niños.
Sé que no eres el personaje que inventabas, y que volveré
desilusionada una vez más, después de unas hamburguesas y un par de palabras
sin sal intercambiadas en cualquier cervecería. Será que anhelo esa sensación
de flotar en una vida de carnavales y máscaras, en mundo ficticio, en el cual
ni yo era yo ni tú eras quien decías. Es cierto que no podíamos sentirnos más
cómodos en esa piel de cartón. No sé cómo lo haces, tienes esa capacidad.
Ahora que ya no somos niños, el cartón se volvió de hierro y
en unos años se hará de acero. Volvernos a ver sería un experimento fatal:
descubrirnos cara a cara contra lo evidente. Al menos yo no repetiré, ahora visto
tacones y tengo otros suelos más reales que romper.