jueves, 28 de septiembre de 2017

Distimia

Apagada y gris, como una sombra la vi entrar. Los ojos en los pies y los pies sin suelo. La tez caída, hombros encogidos y pelo enmarañado. Las uñas sin vida y al fin y al cabo, la vida sin uñas. No hacía falta su voz estremecida para hacerme entrever su desdén por sí misma, la desidia del despertar, el terror de las noches, la angustia que la devoraba al mediodía. No era necesario que me contara que cada día era una nueva oportunidad de encontrar la valentía en la cornisa de la ventana o en el acero frio sumergido en el agua tibia de la bañera. Pero el valor nunca llega y solo encuentra la patada del orgullo en las escaleras.
Ahora frente a mí, la veo tan pequeña que apenas la advierto sentada en la silla. Tan pequeña y transparente que mis palabras la atraviesan. Mis palabras, que son de colores, que brillan con luz intensa, que intentan abrazarla y ni siquiera la rozan.
Se acaba el tiempo y su pesadumbre se la lleva, haciendo retumbar los grilletes arañando el suelo. Se marcha como la vi entrar, gris y apagada, con el suelo en los ojos y los pies arrastrados sin vida. Pero la custodian un ejército de letras y sé que volverá. Sé que mis sermones me la traerán de nuevo, una y mil veces, hasta que sometan a sus demonios y sea ella quien los encarcele entre palabras de acero.