Las nubes se deshacen en jirones de algodón.
Se tira el agua, kamikaze, en picado hacia los verdes mantos.
Mantos verdes, y otros de dorado trigo, que cubren la tierra inmensa.
La luz deja sus últimos haces reposar en el horizonte y bañan el paisaje.
Y entre tanto desasosiego, el arcoirirs enérgico les parte en dos.