sábado, 28 de marzo de 2015

Pecas de luna

Lentigos sobre la dermis, extendida en superficie. Retrocedo. Lividez en zonas declives. Palidez facial que se equipara ahora a la mía. Los párpados dormidos. La tez suave, relajada.

Y a pesar de todo… ¡qué belleza! qué hermoso cuerpo vacío ahora de toda vida. Signos vitales ausentes. No grites, no lo intentes: ya no queda nadie ahí.
Siento calor. El mismo calor que le falta a ese cuerpo tendido sobre la mesa de acero helado.  Un halo de calor que me envuelve. Diaforesis. Recuerdo mi frágil ortostatismo en determinadas situaciones. Y aquí está, haciéndome caer de nuevo, nublando mi vista. No me deja mirarte ni adorarte. Será porque ya no eres tú -ni te pertenece- quien yace tendida sobre el frío del metal.