Y a pesar de todo… ¡qué belleza! qué hermoso cuerpo vacío
ahora de toda vida. Signos vitales ausentes. No grites, no lo intentes: ya no
queda nadie ahí.
Siento calor. El mismo calor que le falta a ese cuerpo
tendido sobre la mesa de acero helado. Un
halo de calor que me envuelve. Diaforesis. Recuerdo mi frágil ortostatismo en determinadas
situaciones. Y aquí está, haciéndome caer de nuevo, nublando mi vista. No me
deja mirarte ni adorarte. Será porque ya no eres tú -ni te pertenece- quien
yace tendida sobre el frío del metal.